ARTE, REVOLUCION Y DECADENCIA
Conviene apresurar la liquidación de un equivoco que desorienta a algunos artistas jóvenes. Hace falta establecer, rectificando ciertas definiciones presurosas, que no todo el arte nuevo es revolucionario, ni es tampoco verdaderamente nuevo. En el mundo coexisten dos almas, las de la revolución y la decadencia. Solo la presencia de la primera confiere a un poema o un cuadro valor de arte nuevo.
No podemos aceptar como nuevo un arte que no nos trae sino una nueva técnica eso seria recrearse en el más falaz de los espejismos actuales. Ninguna estética puede rebajar el trabajo artístico a una cuestión de técnica. La técnica nueva debe corresponder a un espíritu nuevo también. Si no, lo único que cambia es el paramento, el decorado. Y una revolución artística no se contenta de conquistas formales.
La distinción entre las dos categoría contemporáneas de artistas no es fácil. La decadencia y la revolución, así como coexisten en el mismo mundo, coexisten también en los mismos individuos. La lucha entre los espíritu. La comprensión de esta lucha, a veces, casi siempre, escapa al propio artista. Pero finalmente uno de los dos espíritus prevalece. El otro queda estrangulado en la arena.
La decadencia de la civilización capitalista se refleja en la atomización, en la disolución de su arte. El arte, en esta crisis, ha perdido ante todo su unidad esencial. Cada uno de sus principios, cada uno de sus elementos ha reivindicado su autonomía. Secesión es su término más característico. Las escuelas se multiplican hasta lo infinito porque no operan sino fuerzas centrifugas.
Pero esta anarquía, en a cual muere irreparablemente escindido y disgregado el espíritu del arte burgués, preludia y prepara un orden nuevo. Es la transición del tramonto al alba. En esta crisis se elaboran dispersamente los elementos del arte del porvenir. El cubismo, el dadaísmo, el expresionismo, * etc., al mismo tiempo que acusan una crisis, anuncian una reconstrucción. Aisladamente cada movimiento no trae una formula; pero todos concuerden –aportando un elemento, un valor, un principio-, a su elaboración.
El sentido revolucionario de las escuelas o tendencias contemporáneas no esta en la creación de una técnica nueva. No esta tampoco en la destrucción de la técnica vieja. Esta en el repudio en el desahucio, en la befa del absoluto burgués. El arte se nutre siempre, conscientemente o no, -esto es lo menos- del absoluto de su época. El artista contemporáneo, en la mayoría e los casos, lleva vacía el alma. La literatura de la decadencia es una literatura sin absoluto. Pero axial, solo se puede hacer unos cuantos pasos. El hombre no puede marchar sin una fe, porque no tener una fe es no tener una meta. Marchar sin una fe es patiner sur place.** (Patinar sobre el mismo sitio). El artista que mas exasperadamente escéptico y nihilista se confiesa es, generalmente, el que tiene mas desesperada necesidad de un mito.
Los futuristas rusos se han adherido al fascismo. ¿Se quiere mejor demostración histórica de que los artistas no pueden sustraerse a la gravitación política? Máximo Bontempelli dice que en 1920 se sintió casi comunista y en 1923, el año de la marcha a Roma, se sintió casi fascista. Ahora parece fascista del todo. Muchos se han burlado de Bontempelli por esta confesión. Yo lo defiendo: lo encuentro sincero. El alma vacía del pobre Bontempelli tenia que adoptar y aceptar el Mito que coloco en su ara Mussolini.
(Los vanguardistas italianos están convencidos de que el fascismo es la Revolución).
Vicente Huidobro pretende que el arte es independiente de la política. Esta aserción es tan antigua y caduca en sus razones y motivos que yo no la concebiría en un poeta ultraísta, si creyese a los poetas ultraístas en grado de discurrir sobre política, economía y religión. Si política es para Huidobro, exclusivamente, la del Palais Bourbon,* claro esta que podemos reconocerle a su arte toda la autonomía que quiera. Pero el caso es que la política, para los que la sentimos elevada a la categoría de una religión, como dice Unamuno, es la trama misma de la Historia. En las épocas clásicas, o de plenitud de un orden, la política puede ser solo administración y parlamento; en las épocas románticas o de crisis de un orden, la política ocupa el primer plano de la vida.
Así lo proclaman, con su conducta, Louis Aragon, Andre Breton y sus compañeros de la Revolución suprarrealista –los mejores espíritus de la vanguardia francesa –marchando hacia el comunismo. Drieu La Rochalle ** que cuando escribió Mesure de la France (Medida de Francia) y Plainte contre inconnu (Queja contra lo desconocido), estaba tan cerca de ese estado de animo, no ha podido seguirlos; pero, como tampoco ha podido escapar a la política, se ha declarado vagamente fascista y claramente reaccionario.
Ortega y Gasset es responsable, en el mundo hispano, de una parte de este equivoco sobre el arte nuevo. Su mirada así como no distinguió escuelas ni tendencias, no distinguió, al menos en el arte moderno, los elementos de revolución de los elementos de decadencia. El autor de la Deshumanización del Arte no nos dio una definición del arte nuevo. Pero too como rasgos de una revolución los que corresponden típicamente a una decadencia. Esto lo condujo a pretender, entre otras cosas, que la nueva inspiración es siempre, indefectiblemente, cósmica. Su cuadro sintomatologico, en general, es justo; pero su diagnostico es incompleto y equivocado.
No basta el procedimiento. No basta la técnica. Paul Morand, a pesar de sus imágenes y de su modernidad, es un producto de decadencia. Se respira en su literatura una atmósfera de disolución. Jean Cocteau, después de haber coqueteado un tiempo con el dadaísmo, nos sale ahora con su Rappel a l’ordre (Llamado al orden)
Conviene esclarecer la cuestión, hasta desvanecer el ultimo equivoco. La empresa es difícil. Cuesta trabajo entenderse sobre muchos puntos. Es frecuente la presencia de reflejos de la decadencia en el arte de vanguardia, hasta cuando, superando el subjetivismo, que a veces lo enferma, se propone metas realmente revolucionarias. Hidalgo, ubicando a Lenin, en un poema de varias dimensiones, dice que los “senos Salomé” y la “peluca a la garconne (muchacho, en frances. Tambien estilo femenino de corte de pelo muy de moda en los años 20)” son los primeros pasos hacia la socialización de la mujer. Y de esto no hay que sorprenderse. Existen poetas que creen que el jazz-band es un heraldo de la revolución.
Por fortuna quedan en el mundo artistas como Bernard Shaw, capaces de comprender que el arte no ha sido nunca grande, cuando no ha facilitado una iconografía para una religión viva; y nunca ha sido completamente despreciable, sino cuando ha imitado la iconografía, después de que la religión se había vuelto una superstición. Este último camino parece ser el que varios artistas nuevos han tomado en la literatura francesa y en otras. El provenir se reirá de la bienaventurada estupidez con que algunos críticos de su tiempo los llamaron “nuevos” y hasta “revolucionarios
fragmento sacado de ¨EL ARTISTA Y LA EPOCA¨
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